lunes, 14 de febrero de 2011

Respiro

Porque la lluvia se intensificó y la noche se hizo más intensa pude tranquilizarme bajo la tensión del silencio. La tormenta ensordecía mis oídos y tapaba el frenético respirar de nuestras bocas, ansiosas por hablar y mudas de palabras, puesto que ninguno de los dos sabía qué sentía, ni conseguía ordenar el bullicio que ardía en su interior.
Las piernas y los brazos se me habían entumecido. Había permanecido acurrucada des de que aquella extraña noche comenzó, con los pies en punta, abrazándome las rodillas y apoyando la cabeza en los brazos cruzados. Me senté en el suelo sintiendo una punzada de dolor en los pies dormidos y me respaldé en la pared, dirigiendo mi mirada al cielo, negro e infinito, que amenazaba en abalanzarse sobre nuestras cabezas para engullir nuestra mísera e insípida existencia.
Aahhh.... Es tan difícil a veces entenderse a uno mismo. Sé que las gotas de lluvia que resbalaban por mis mejillas formaban parte de la manifestación de mi interior, que mezclaba sentimientos y sensaciones, todo en uno, y pensamientos, y recuerdos, y emociones... todos los componentes del alma se mezclaban en una especie de torbellino que no cabía en mi corazón, pues mi cuerpo se quedaba pequeño con la grandeza de aquella conmoción. Pero mi piel participaba de ello, y palpitaba, viva, ansiosa por moverse y saber qué dirección tomar.
Sentí que no podía reprimir por más tiempo esa oleada de perturbación y, abriéndole las puertas de par en par, dejé que las lágrimas afloraran por mis ojos y se mezclaran con las lágrimas de la noche. No me molesté en callar los gemidos de mi garganta, pues sentía que cada uno de ellos se llevaba consigo una parte de la angustia que había estado amurallando mi corazón, y que, a medida que derrumbaba aquél muro de ladrillos, mis pensamientos se esclarecían.
- ¡Yo te quiero! - grité con todas mis fuerzas.
Aquél grito, desgarrador de la quietud y el silencio de la ciudad a altas horas de la noche, fue para mi una liberación. Se rompieron todas las cadenas que las dudas habían fortalecido, se desvaneció la niebla que el miedo había instalado en mis ojos y recuperé el alma dormida con un despertar limpio de prejuicios ocultos.
Pude respirar como había olvidado.

Aunque la escena siguió siendo la misma -yo seguí sentada en el suelo, y él de pie, alejado de mi- la expresión de nuestros cuerpos había cambiado. Ya no había hostilidad, no había miedo, ni amenazas, ni rechazo, ni desconfianza... Él me dio a entender que me amaba con el fuerte palpitar que salía de su pecho, me pidió disculpas con el enrojecimiento de sus ojos y me abrazó con el movimiento reprimido de su cuerpo, deseoso de acercarse a mi y volver a tocar mis cabellos, como hacía siempre, y peinarlos.

Le esperé, mi pelo caía en finos mechones revoltosos y enredados.





Satine, petitpierrot

2 comentarios:

  1. esta entrada me hizo recordar aquella del soldado y la doncella en apuros, no muy acorde, pero en la gracia de tus palabras, las similitudes de la excelencia son un agrado encantador.
    un relato, simple, sentido, cercano y vivo^^.
    hace mucho no leia algo que valiera la pena, por blogger (no es que los demas, no posean la propia verdad de sus palabras), sino, uno que me alegre al deleitarme.^^

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  2. ¡Gracias Leonard!
    De verdad da gusto escribir con lectores como tu ^^ me halaga mucho que te acuerdes de la historia del soldado y la chica en apuros, jaja, me planteé la idea de continuarlo cuando tenga más tiempo... ¡pero ya veremos! :)

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